viernes, 24 de julio de 2015

Capitulo 4- Hermano Lobo

Capítulo 4 – Hermano Lobo

Torak tenía que hacer un fuego. Era una carrera entre él y la fiebre, y el premio era su propia vida. Hurgó en el cinturón en busca de la bolsita de la yesca. Las manos le temblaban al sacar unas tirillas de corteza de abedul, y todo el rato se le caía el pedernal y no conseguía un solo golpe certero.

 Gruñía de frustración cuando finalmente consiguió que prendiera una chispa. Una vez que tuvo el fuego encendido, continuaba temblando de forma incontrolada y apenas sentía el calor de las llamas. Los ruidos retumbaban con una intensidad fuera de lo corriente: el gorgoteo del río, el ulular de un búho y los famélicos gañidos del exasperante lobezno. ¿Por qué el animal no lo dejaba en paz?
Se acercó tambaleante al río para beber agua. Justo a tiempo, recordó que Pa le había dicho que no se inclinara demasiado:

 «Cuando estés enfermo, nunca veas reflejada tu alma del nombre en el agua. Verla hará que te marees. Podrías caerte y ahogarte.»

Con los ojos cerrados, bebió hasta hartarse, y luego trastabilló devuelta al refugio. Necesitaba descansar, pero sabía que primero tenía que ocuparse de su brazo, o no le quedaría ninguna oportunidad. Cogió un poco de corteza de sauce seca de la bolsa de los remedios y la mordisqueó, pero sintió náuseas por su sabor amargo arenoso.

Se embadurnó el antebrazo con la pasta obtenida y volvió a vendarlo con la albura de abedul. El dolor fue tan intenso que casi se desmayó. Apenas pudo quitarse las botas y reptar hasta meterse en el saco. El lobezno trató de meterse también, pero Torak lo apartó de un empujón.
Con desánimo y castañeteándole los dientes, Torak observó que el lobezno se acercaba al fuego y lo estudiaba con curiosidad. El animal extendió entonces una larga pata gris y dio unos golpecitos con ella sobre las llamas, pero retrocedió de un salto con un gañido de indignación.

— Lo tienes bien merecido— musitó Torak. El lobezno se sacudió y desapareció en la penumbra. Torak se hizo un ovillo para acunarse el brazo palpitante y pensar amargamente en el tremendo apuro en que se había metido. Toda la vida había vivido en el Bosque con Pa; acampaban durante un par de noches para después seguir caminando. Conocía las reglas:

«Nunca escatimes a la hora de construir un refugio. Nunca emplees más esfuerzo del necesario en la búsqueda de comida. Nunca dejes para muy tarde el momento de acampar.»

Se llevó la mano sana a los tatuajes del clan para acariciar el par de finas líneas punteadas que le dibujaban cada pómulo. Cuando él tenía siete años, Pa se los había hecho frotándole jugo de gayuba en la piel perforada.

«No los mereces — se dijo Torak—. Si mueres, será culpa tuya.»

Una vez más sintió que el pecho se le encogía de dolor. Jamás en su vida había dormido solo. Nunca sin Pa. Por primera vez la mano de su padre, áspera pero delicada, no le daba las buenas noches. Ni captaba el familiar olor a ante y sudor. Empezó a notar escozor en los ojos. Los cerró con esfuerzo y se sumió en un sueño diabólico.

Camina hundido hasta la rodilla en el musgo intentando escapar del oso. Los gritos de su padre le resuenan en los oídos. El oso viene por él. Trata de correr, pero sólo se hunde todavía más en el musgo. Éste lo absorbe. Su padre grita. Los ojos del oso arden con el fuego letal del Otro Mundo, el fuego demoníaco. El animal se yergue sobre las patas de atrás: una imponente amenaza, inconcebiblemente enorme. Las grandes mandíbulas se abren de par en par cuando ruge su odio hacia la luna…

Torak despertó con un alarido. Los últimos rugidos del oso resonaban aún a través del Bosque.

No eran un sueño. Eran reales.

Torak contuvo el aliento. Vio la luz azul de la luna a través de las rendijas del refugio y observó que el fuego casi se había extinguido. El muchacho sintió los latidos de su propio corazón. Una vez más, el Bosque se estremeció. Los árboles se quedaron inmóviles para escuchar. Pero en esa ocasión Torak se dio cuenta de que los rugidos venían de lejos, de muchos días andando hacia el oeste.
Exhaló el aire muy despacio. A la entrada del refugio, el lobezno estaba sentado contemplándolo. Los ojos rasgados del cachorro eran de un extraño tono dorado oscuro.

«Ámbar», se dijo Torak al acordarse del pequeño amuleto que Pa había llevado en una tira de piel en torno al cuello. Esa coincidencia se le antojó extrañamente tranquilizadora. Al menos no estaba solo. A medida que los latidos de su corazón volvían a la normalidad, el dolor producido por la fiebre lo invadía de nuevo; la piel le ardía y sentía el cráneo a punto de estallar. Luchó por sacar más corteza de sauce de la bolsa de los remedios, pero la dejó caer y no consiguió encontrarla en la penumbra. Cogió con esfuerzo otra rama para echarla al fuego y volvió a tenderse jadeando. No podía quitarse aquellos rugidos de la cabeza.
Pero ¿dónde estaba ahora el oso? El claro de los caballos muertos se hallaba más al norte del río donde el animal había atacado a Pa, pero el oso parecía estar ahora hacia el oeste.

¿Continuaría dirigiéndose hacia ese punto? ¿O habría captado el olor de Torak y habría regresado? ¿Cuánto tiempo pasaría hasta que llegara a donde estaba y lo encontraría indefenso y enfermo? Una voz tranquila y firme pareció susurrarle en la mente, casi como si Pa estuviese con él:

«Si el oso vuelve, el lobezno te avisará. Recuerda, Torak: el olfato de un lobo es tan agudo que puede oler el aliento de un pez, y su oído es tan fino que puede oír pasar una nube.»

«Sí — se dijo Torak—, el lobezno me avisará. Algo es algo. Quiero morir con los ojos abiertos, enfrentándome al oso como un hombre. Como Pa.»

 En algún lugar en la lejanía, ladró un perro. No era un lobo, sino un perro. Torak frunció el entrecejo. Los perros significaban gente, pero no había gente en esa parte del Bosque. ¿O sí la había? Se hundió de nuevo en la oscuridad. De vuelta a las garras del oso.

viernes, 19 de junio de 2015

Capitulo 3 - Hermano Lobo

El lobezno no entendía en absoluto qué estaba pasando. Él había ido a explorar la cuesta que había sobre la Guarida cuando había llegado rugiendo el Agua Rápida, y ahora su madre, su padre y sus hermanos de camada estaban tendidos en el barro,  ¡y no le hacían caso!

Mucho antes de que llegara la Luz había estado empujándolos con el hocico y mordiéndoles la cola, pero seguían sin moverse. No hacían ruido y olían raro: olían a presa. Pero no era el olor a la presa que huye, sino a la del No Aliento, la presa que se come.

El lobezno tenía frío y estaba mojado y muy hambriento. Había lamido muchas veces el hocico de su madre para pedirle que, por favor, vomitara un poco de comida para él, pero ella no se había movido. ¿Qué habría hecho mal esta vez? Sabía que era el lobezno más travieso de la camada. Siempre lo estaban regañando, pero no podía evitarlo. Sencillamente, le encantaba probar cosas nuevas. Así que le parecía un poquito injusto que ahora, que se había quedado en la Guarida como un buen lobezno, nadie se diera cuenta.

Se acercó sin hacer ruido al borde del charco donde estaban tumbados sus hermanos y lamió un poco del agua que quedaba. Tenía mal sabor. Comió un poco de hierba y un par de arañas.

Se preguntó qué iba a hacer. Empezó a sentirse asustado. Echó la cabeza hacia atrás y aulló. Al hacerlo se animó un poco porque le recordó los buenos aullidos que había compartido con la manada. Pero a medio aullido se interrumpió.
Olía a lobo. Se dio la vuelta, tambaleándose un poco a causa del hambre, giró las orejas y olisqueó. Sí. Lobo. Lo oyó descender ruidosamente la pendiente del otro lado del Agua Rápida, y olió que era macho, crecido a medias, que no era de la manada.
Pero había algo extraño en él: olía a lobo, pero también a no lobo. Olía a reno, a ciervo y a castor, a sangre fresca… y a algo más: un olor nuevo que no conocía aún. Le pareció muy raro.

A menos que… a menos que… significara que el lobo no lobo fuera en realidad un lobo que había comido muchas presas distintas ¡y viniera ahora a traerle un poco de comida!

 Temblando de entusiasmo, el lobezno meneó la cola y soltó unos ruidosos gañidos a modo de bienvenida. Por un momento el extraño lobo se detuvo. Luego empezó a avanzar otra vez. El lobezno no lo veía con mucha claridad porque no tenía los ojos tan agudos como la nariz o las orejas, pero cuando lo vio chapotear  para cruzar el Agua Rápida se dio cuenta de que, desde luego, aquél era un lobo muy raro.

Caminaba sobre las patas de atrás, y el pelaje de la cabeza era negro y tan largo que le llegaba a los hombros, aunque lo más raro de todo era que ¡No tenía cola!
Y aun así sonaba a lobo, pues emitía un sonido bajo entre el gañido y el aullido que parecía que dijera:

«Todo va bien, soy un amigo.»

Eso resultaba tranquilizador, aunque daba la impresión de que todo el rato se saltaba los gañidos más agudos. Pero algo andaba mal. A pesar del tono amistoso captaba una nota tensa. Y aunque aquel lobo raro sonreía, el lobezno no sabía decir si era una sonrisa sincera.
La bienvenida del lobezno cambió y se convirtió en un lloriqueo.

-«¿Me estás cazando? ¿Por qué?»-

-«No, no»-, le llegó aquel sonido entre gañido y aullido amistoso pero no amistoso. Entonces el lobo raro dejó de gañir y aullar y avanzó en medio de un silencio aterrador.
Sin fuerzas para correr, el lobezno retrocedió. El lobo raro se abalanzó, cogió al lobezno por el pescuezo y lo levantó en alto. Débilmente, el lobezno meneó la cola para rechazar un ataque. El lobo raro levantó la otra pata delantera y oprimió con una garra gigantesca la barriga del lobezno. Éste soltó un gañido y, con una mueca de terror, metió la cola entre las patas.

Pero el lobo raro también estaba asustado. Le temblaban las patas delanteras y tragaba saliva y enseñaba los dientes. El lobezno captó soledad, incertidumbre y dolor. De pronto el lobo raro tragó Saliva otra vez y apartó de un tirón su enorme garra del vientre del lobezno. Entonces se sentó pesadamente en el barro y estrechó al cachorro contra el pecho. El terror del lobezno se desvaneció, pues a través del extraño pellejo sin pelo que olía más a no lobo que a lobo, oyó un consolador golpeteo, como el sonido que percibía cuando se le subía encima a su padre para dormir un poco. El lobezno se escabulló del abrazo del lobo raro, le apoyó las patas delanteras en el pecho y se sostuvo sobre las de atrás. Entonces empezó a lamerle el hocico.

Molesto, el lobo raro lo apartó de un empujón. Sin dejarse intimidar, se incorporó para sentarse y alzar la mirada hacia el lobo raro. ¡Vaya cara tan extraña, tan plana y sin pelo tenía! Los labios no eran negros, como los de un auténtico lobo, sino pálidos; y las orejas también eran pálidas, ¡Y no se movían! Pero los ojos eran de un gris plateado y estaban llenos de luz: eran los ojos de un lobo.
El lobezno se encontraba mejor de lo que se había sentido desde que había llegado el Agua Rápida. Había hallado a un hermano de carnada.

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Torak estaba furioso consigo mismo. ¿Por qué no había matado al lobezno? ¿Qué iba a comer ahora? El cachorro le dio un golpe con el hocico en las costillas magulladas que lo hizo gemir.
— ¡Vete! — exclamó apartándolo de una patada — . ¡No te quiero conmigo! ¿Me entiendes? ¡No me sirves para nada! ¡Vete ya!

Ni siquiera intentó decírselo en la lengua de los lobos porque se había dado cuenta de que no la hablaba muy bien. Tan sólo conocía los gestos más simples y cómo se formaban algunos sonidos. Pero el lobezno lo comprendió. De modo que se alejó trotando unos cuantos pasos, y después se sentó y lo miró esperanzado mientras barría el suelo con la cola.

Torak se puso en pie… y se mareó. Tenía que comer algo cuanto antes. Paseó la vista por 
 la ribera del río en busca de comida, pero sólo vio a los lobos muertos, y olían demasiado mal para pensar en comérselos. Torak se dejó llevar por la desesperación. El sol estaba descendiendo en el cielo. ¿Qué debía hacer? ¿Acampar ahí? Pero, ¿qué había pasado con el oso? ¿Habría acabado con Pa e iría tras él? Algo se le retorció dolorosamente en el pecho.

«No pienses en Pa. Piensa en qué vas a hacer. Si el oso te hubiese seguido, ya te habría alcanzado. Así que a lo mejor estás a salvo aquí, al menos por esta noche.»

Los cuerpos de los lobos eran demasiado pesados para arrastrarlos, de manera que decidió acampar un poco más río arriba. Antes, sin embargo, utilizaría uno de los cuerpos muertos como carnaza para una trampa, con la esperanza de atrapar durante la noche algo que comer.

Le costó mucho esfuerzo montar la trampa: apoyó una roca plana contra un palo, y luego apuntaló éste con otro palo cruzado que actuaría de desencadenante. Si tenía suerte, podía aparecer un zorro durante la noche que hiciera caer la piedra. No supondría una delicia, pero sería mejor que nada. Acababa de terminar cuando el lobezno se acercó trotando y olfateó la trampa con gesto inquisitivo. Torak lo agarró del hocico y se lo aplastó contra el suelo.

— No — dijo con firmeza— .No te acerques

El lobezno se retorció para liberarse y retrocedió con aire ofendido.

«Más vale ofendido que muerto», pensó Torak.

Sabía que había sido injusto, porque debería haber gruñido primero para avisar al cachorro que no se acercara, y sólo si no le hacía caso agarrarlo del hocico. Pero estaba demasiado cansado para preocuparse por algo así. Además, ¿por qué se había molestado siquiera en avisarle? ¿Qué más le daba si el lobezno se acercaba vacilante durante la noche y acababa aplastado? ¿Qué le importaba si lo entendía o no, o por qué? ¿De qué le serviría que lo hiciera?

Se levantó, y casi se le doblaron las rodillas.

«Olvídate del lobezno. Encuentra algo de comer.» Se obligó a trepar por la cuesta que había tras la gran roca roja en busca de moras boreales. Cuando llegó arriba, se acordó de que esas moras crecían e páramos y pantanos, pero no en bosques de abedules, y que de todas formas ya no era temporada.

Torak advirtió que en ciertos puntos el terreno estaba alfombrado de excrementos de urogallo, de forma que dispuso algunos cepos hechos con hierbas retorcidas: dos cerca del suelo, y dos más en las ramas bajas por las que a veces correteaban esas aves, teniendo buen cuidado de ocultarlos con hojas para que no los vieran. Entonces regresó al río. Sabía que estaba demasiado mareado para pescar un pez atravesándolo con una lanza improvisada, así que dispuso una hilera de anzuelos que consistían en espinas de zarza con caracoles de agua como cebo. A continuación echó a andar río arriba en busca de bayas y raíces. Durante un rato el lobezno lo siguió; luego se sentó y empezó a maullar pidiéndole que volviera. No quería dejar a su manada.

«Estupendo — se dijo Torak — . Quédate ahí. No quiero que me molestes.» 

Mientras buscaba, el sol descendió aún más y el aire se volvió cortante. El jubón le refulgía con el neblinoso aliento del Bosque. Pensó vagamente que debería estar construyéndose un refugio en lugar de buscar comida, pero desechó la idea.

Al final encontró un puñado de camarinas y las engulló, después unos pocos arándanos rojos, un par de caracoles y unos cuantos hongos de la ciénaga, que tenían algunos gusanos, pero no sabían del todo mal. Ya era casi oscuro cuando tuvo un golpe de suerte y encontró una mata de castañuelas. Con un palo afilado cavó cuidadosamente siguiendo los retorcidos tallos hasta la pequeña y nudosa raíz. Masticó la primera; tenía un sabor dulce y a nuez, pero apenas daba para un bocado. Tras mucho cavar de forma agotadora, consiguió desenterrar cuatro más; se comió dos y se guardó las otras dos en el jubón para más tarde. Con un poco de comida en su interior, volvió a recuperar algo de fuerza en los miembros, pero continuaba teniendo la mente extrañamente confusa.

«¿Qué hago ahora? — se preguntó— . ¿Por qué me resulta tan difícil pensar?»

El refugio. Eso era. Luego un fuego. Luego dormir. El lobezno lo estaba esperando en el claro. Temblando y dando gañidos de placer, se arrojó sobre él con una gran sonrisa de lobo. No sólo arrugó el hocico y enseñó los dientes, sino que le sonrió con todo el cuerpo: estiró las orejas hacia atrás y ladeó la cabeza, meneó la cola y movió las patas delanteras, dio grandes saltos en el aire, haciendo cabriolas.

Torak se sintió mareado al observarlo, así que no le hizo caso. Además, tenía que construir un refugio. Miró alrededor en busca de ramas secas, pero la riada se lo había llevado casi todo. De modo que tendría que cortar algunos arbolillos, si es que aún tenía fuerzas. Sacó el hacha del cinturón, se dirigió a un grupo de abedules y apoyó una mano sobre el más pequeño. Musitó una rápida advertencia al espíritu del árbol para que encontrara otro hogar enseguida, y empezó a talar. El esfuerzo hizo que la cabeza le diera vueltas, al tiempo que el tajo en el brazo le palpitaba ferozmente. Pero se esforzó en continuar talando.

Se hallaba en una especie de oscuro e interminable túnel en que debía talar y arrancar ramas y volver a talar aún más. Pero cuando los brazos se le habían vuelto tan flojos como el agua y ya no pudo continuar, comprobó con alarma que sólo había conseguido cortar dos enclenques abedules y un raquítico abeto rojo. Tendría que apañarse con eso. Juntó los arbolillos y los amarró con una raíz de abeto rojo para formar un burdo cobertizo bajo, lo cubrió por tres lados con ramas de abeto y metió dentro unas cuantas para tenderse sobre ellas.

El resultado fue bastante desastroso, pero le serviría. No tenía fuerzas para impermeabilizarlo con limo y hojas, así que si llovía tendría que confiar en que el saco para dormir lo mantendría seco, y rogar  por que el espíritu del río no enviara otra riada, puesto que había construido el refugio demasiado cerca del agua.

Mientras masticaba otra castañuela, paseó la vista por el claro en busca de leña. Pero en cuanto se hubo tragado la castaña, las tripas le dieron un vuelco y la vomitó. El lobezno soltó un gañido de alegría y se zampó el vómito.

«¿Por qué he hecho eso? — se preguntó Torak— . ¿Habré comido un hongo malo?»

Pero no le pareció que se tratara de un hongo malo. Debía de ser otra cosa. Estaba sudando y temblando y, aunque no le quedaba nada que vomitar en la tripa, aún se sentía mareado. Una horrible sospecha se apoderó de él. Se quitó el vendaje del antebrazo, y el miedo lo invadió como una niebla helada.


La herida estaba hinchada y de un rojo furioso, y olía mal. Torak notaba el calor que emanaba de ella. Al tocarla, el dolor fue como una llamarada. Del pecho del muchacho brotó un sollozo. Estaba agotado, hambriento y asustado, y necesitaba desesperadamente a Pa. Y ahora tenía un nuevo enemigo: la fiebre.

viernes, 5 de junio de 2015

Capitulo 2 - Hermano Lobo

Capitulo 2. Cronicas de la Prhistoria- Hermano Lobo

Torak corría a trompicones entre las ramas de los alisos y sehundía hasta la rodilla en lostremedales. Los abedules susurrabaa su paso, y él les rogó en silencioque no delataran su presencia al oso.
Le ardía la herida del brazo,con cada aliento las costillas magulladas le provocaban un dolor terrible, pero no se atrevía a parar.

El Bosque estaba lleno de ojos.
Se imaginó al oso yendo en su busca, continuó corriendo.

Asustó a un jabalí joven que escarbaba en busca de castañuelas y murmuró entre dientes una rápida disculpa para prevenir un ataque. El jabalí soltó un bufido malhumorado,lo dejó pasar y siguió buscando tubérculos.
Un glotón le gruñó que no se acercara, y Torak le devolvió el gruñido con toda la ferocidad que pudo, pues lo único que escuchan los glotones son las amenazas. El animal se convenció de que aquélla iba en serio y desapareció hacia lo alto de un árbol.
Por el este, el cielo tenía un tono gris lobuno. En ese momento bramó un trueno. Bajo la luz de la tormenta, los árboles lucían un verde resplandeciente.

«Lluvia en las montañas pensó Torak, medio atontado— .¡Cuidado con las riadas!»

Se esforzó por pensar en esa posibilidad y apartar de sí el terror, pero no dio resultado, y siguió corriendo.
Al final tuvo que detenerse para recobrar el aliento, y se dejó caer contra el tronco de un roble. Cuando levantó la cabeza para observar las hojas verdes que se agitaban, el árbol murmuró secretos para sí e ignoró la presencia de Torak.
 Por primera vez en la vida estaba completamente solo y ya no se sentía parte del Bosque. Era como si su alma del mundo hubiese roto los lazos con todos los demás seres vivos: árbol y pájaro, cazador y presa, río y roca.
 Nada en el mundo sabía cómo se sentía Torak. Nada quería saberlo.

El dolor en el brazo lo arrancó de sus pensamientos. De la bolsa de los remedios curativos sacó la última tira de albura que le quedaba y se vendó toscamente la herida con ella. Luego se apartó del árbol y miró alrededor. Torak había crecido en esa parte del Bosque.
Cada ladera, cada claro le resultaba familiar, en el valle hacia el oeste se hallaba el Río Rojo, poco profundo para las canoas, pero lleno de buena pesca en primavera, cuando el salmón remontaba el río desde el mar hacia el este, hasta llegar al límite del Bosque Profundo
 Se extendían los amplios bosques soleados donde las presas engordaban durante el otoño, había gran cantidad de bayas y frutos secos.
Hacia el sur se hallaban los páramos donde los renos comían musgo en invierno. Pa decía que lo mejor de esa parte del Bosque era que apenas había gente. Muy de vez en cuando un grupo del Clan del Sauce llegaba del oeste por el mar, o el Clan de la Víbora desde el sur, pero nunca se quedaban mucho tiempo. Tan sólo pasaban de camino a otro sitio cazaban libremente, como hacía todo el mundo en el Bosque, sin percatarse de que Torak y Pa cazaban allí también.
Torak nunca se había cuestionado esa situación. Siempre había vivido así: a solas con Pa, apartado de los clanes. Ahora, sin embargo, ansiaba ver gente. Quiso gritar pidiendo ayuda.
 Pero Pa le había advertido que permaneciera alejado de la gente. Además, si gritaba podía atraer al oso.
El oso…
Sintió que el pánico le oprimía la garganta. Tragó saliva para controlarlo. Inspiró profundamente y echó a correr de nuevo, a un ritmo más constante en esta ocasión, y se dirigió hacia el norte. Mientras corría, iba detectando indicios de presas: huellas de alce, excrementos de uro, el sonido de un caballo del bosque moviéndose entre los helechos…
El oso no los había asustado. Al menos aún no.

 Así pues, ¿se habría equivocado su padre? ¿Le habría fallado la cabeza al final?

— ¡Tu padre está loco! —

habían dicho los niños burlándose de Torak cinco años antes, cuando él y Pa habían viajado hasta la costa para la reunión anual del clan. Era la primera vez que Torak asistía a una reunión del clan, y había sido un desastre. Pa no lo había llevado nunca más.

— Dicen que se tragó el aliento de un fantasma —

 habían dicho con desprecio los niños— . Por eso abandonó su clan y vive solo. Torak, a sus siete años, se había puesto furioso. Se habría enfrentado a todos ellos de no haber aparecido su padre para sacarlo de allí.

— Torak, no les hagas caso —había dicho Pa riendo— . No saben lo que dicen.

Había tenido razón, por supuesto. Pero ¿tenía razón en lo del oso? Camino adelante, los árboles daban paso a un claro. Torak salió a tropezones al sol… y sintió el golpe de un espantoso olor a podrido. Dio un traspié y se detuvo. Los caballos de bosque yacían donde el oso los había arrojado como si fueran juguetes rotos.

Ningún carroñero se había atrevido a alimentarse de ellos, y ni siquiera las moscas los tocaban. No se parecían a ninguna víctima de oso que Torak hubiese visto hasta entonces. Cuando un oso normal se alimenta, arranca la piel a su presa y le devora las tripas y los cuartos traseros, y se lleva el resto para comérselo más tarde. Como cualquier cazador, no desperdiciaba nada. Pero ese oso no había arrancado más que un único bocado de cada animal muerto. No había matado por hambre. Había matado para divertirse. A los pies de Torak yacía un potrillo muerto, todavía con una costra de arcilla del río en los pequeños cascos, de la última vez que había ido a beber. Torak sintió náuseas.

¿Qué clase de criatura mata a una manada entera?
¿Qué clase de criatura mata por placer?

Se acordó de los ojos del oso, vislumbrados durante un atroz instante. Jamás había visto unos ojos así: en ellos no había más que rabia, odio hacia todo ser viviente. El caos ardiente y turbulento del Otro Mundo.
¡Pues claro que su padre tenía razón!
Ese animal no era un oso. Era un demonio. Y mataría y mataría hasta que el Bosque estuviera totalmente muerto.

«Nadie puede luchar contra este oso», había dicho su padre.

¿Significaba eso que el Bosque estaba condenado?
¿Y por qué él, Torak, tenía que encontrar la Montaña del Espíritu del Mundo, la Montaña que nadie había visto jamás?
La voz de su padre le resonó en la mente: 

«Tu guía te encontrará.»

¿Cómo? ¿Cuándo?
Torak salió del claro para volver a hundirse en las sombras bajo los árboles, y echó a correr de nuevo. Corrió durante una eternidad. Corrió hasta que ya no sintió las piernas.
Pero al final llegó a una larga pendiente boscosa y tuvo que detenerse, doblado en dos respirando agitadamente.
De pronto sintió un hambre voraz. Hurgó en la bolsa de comida y soltó un bufido de indignación. Estaba vacía. Demasiado tarde, recordó los pulcros atados de carne de ciervo seca, olvidados en el refugio
.¡Qué tonto eres, Torak! ¡Mira que echarlo todo a perder en tu primer día solo!

Solo.

No era posible. ¿Cómo podía haberse ido Pa, y para siempre? Gradualmente captó un sonido, como un maullido débil, procedente del otro lado de la colina. El sonido se repitió. Algún animal joven que llamaba a su madre. A Torak le dio un vuelco el corazón. ¡Oh, gracias al Espíritu! Una presa fácil. El vientre se le puso tenso al pensar en carne fresca. No le importaba lo que fuera, pues tenía tanta hambre que se comería un murciélago.

Torak se echó al suelo y reptó a través de los abedules hasta lo alto de la colina. Miró hacia abajo, hacia un angosto barranco a través del cual fluía una veloz corriente de agua. La reconoció: era el Río Rápido. Más hacia el oeste, él y Pa solían acampar en verano para recoger corteza de tilo con que hacer cuerdas, pero esa parte no le resultaba familiar. Entonces comprendió por qué. Una riada procedente de la ladera había dejado un caos de maleza y arbolillos arrancados.

 También había destrozado una guarida de lobos al otro lado del barranco. Allí, bajo una gran roca, roja y lisa con forma de uro dormido, yacían dos lobos ahogados que semejaban dos pieles empapadas, mientras que tres lobeznos muertos flotaban en un charco. El cuarto estaba sentado junto a ellos, temblando. El lobezno parecía tener unos tres meses. Estaba flaco y mojado, y se quejaba suavemente con un lloriqueo continuo y apenas audible.

Torak parpadeó.

Sin previo aviso, el sonido le había hecho aparecer en la mente una visión asombrosa:  
Pelaje negro; una cálida penumbra; leche rica; la madre que lo lamía para limpiarlo; arañazos de minúsculas garras y leves empujones de unos hocicos, pequeños y fríos, de suaves y esponjosos cachorros que se le pasaban por encima a él, el lobezno más reciente de la camada.
La visión fue tan vivida como un relámpago. ¿Qué significaba? Apretó fuertemente con una mano el mango del cuchillo de su padre.

«No importa qué significase— dijo— . Las visiones no van a mantenerte con vida. Si no te comes a ese lobezno, estarás demasiado débil para cazar. Y te está permitido matar a la criatura de tu clan para no morirte de hambre. Ya lo sabes.»

El lobezno levantó la cabeza profirió un aullido de desconcierto. Torak lo escuchó… y entendió su significado. De algún extraño modo, que le pareció indescifrable, reconoció los agudos y temblorosos sonidos porque la mente de Torak conocía sus formas. Las recordaba.

«No puede ser», se dijo.

Escuchó los aullidos del lobezno y sintió que le penetraban en la mente.

«¿Por qué no jugáis conmigo? — preguntaba el lobezno a su camada muerta— . ¿Qué os he hecho?» Lo repetía una y otra vez.

Mientras Torak escuchaba, algo despertó en él. Se le tensaron los músculos del cuello, y en lo más hondo de la garganta notó que empezaba a formarse una respuesta.
Pero luchó contra el urgente deseo de echar la cabeza hacia atrás y aullar. ¿Qué estaba ocurriendo?
 Ya no se sentía Torak. No se sentía un chico, ni hijo, ni miembro del Clan del Lobo; o al menos no se sentía sólo esas cosas.
 Una parte de él era lobo.
Se levantó una brisa que le heló la piel.En el mismo momento, el lobezno dejó de aullar y se dio la vuelta para mirar en dirección a él. Tenía la mirada extraviada, pero había levantado las largas orejas y olisqueaba el aire.
Lo había olido.
Torak miró al pequeño y ansioso animal y se mostró inflexible.


Sacó el cuchillo del cinturón y empezó a descender la ladera.

martes, 3 de febrero de 2015

Capitulo 1. - Hermano Lobo



1 Capitulo. Cronicas de La Prehistoria-Hermano Lobo

Torak se despertó sobresaltado, pues no había pretendido quedarse dormido. El fuego estaba casi apagado. El chico se puso en cuclillas en el frágil arco de luz y miró fijamente la negrura del Bosque que se cernía sobre él. No se veía nada. No se oía nada.

¿Habría vuelto? ¿Estaría ahí, observándolo con ojos ardientes y asesinos?

Notaba el estómago vacío, estaba helado. Se daba cuenta de que necesitaba desesperadamente comer algo, de que le dolía el brazo y tenía los ojos irritados de puro cansancio, pero en realidad no sentía nada de eso. Había montado guardia ante los restos del refugio de ramas de abeto rojo toda la noche, viendo sangrar a su padre.

¿Cómo podía estar pasando algo así? El día anterior tan sólo el día anterior habían acampado durante el anochecer azulado del otoño. Torak había bromeado, y su padre se había reído. Pero entonces el Bosque se estremeció. Los cuervos graznaron. Los árboles crujieron. Y de la oscuridad bajo los árboles surgió una oscuridad más profunda aún: una gigantesca y arrasadora amenaza en forma de oso. De pronto se les echó encima la muerte. Un frenesí de garras. Un estruendo tan espantoso que hacía sangrar los oídos. En un abrir cerrar de ojos, aquella bestia había hecho añicos el refugio. En un abrir cerrar de ojos, había desgarrado un costado de su padre dejándole una herida en carne viva. Luego había desaparecido y se había fundido con el Bosque tan silenciosamente como la niebla.

 Pero ¿qué clase de oso acechaba a un hombre para desvanecerse sin terminar la matanza? ¿Qué clase de oso jugaba con su presa?¿Y dónde estaba ahora?

 Torak no veía nada más allá de la luz del fuego, pero estaba seguro de que el claro era también un caos de arbustos y helechos aplastados. Olía a sangre de pino y a tierra arañada, y oyó el dulce y triste burbujear del arroyo a treinta pasos de él. El oso podía estar en cualquier parte. Su padre gimió junto a él. Abrió lentamente los ojos y miró a su hijo sin reconocerlo.

A Torak se le encogió el corazón.

— So… so… soy yo tartamudeó— . ¿Cómo te encuentras?


El dolor convulsionó el moreno y delgado rostro de su padre, cuyas mejillas tenían un matiz grisáceo que hacía resaltar el color morado de los tatuajes del clan. El sudor le apelmazaba el largo cabello oscuro. La herida era tan profunda que, cuando Torak se la restañó torpemente con musgo de los árboles, vio brillar las entrañas de su padre bajo la luz del fuego y tuvo que apretar los dientes para no marearse. Confió en que Pa no se hubiese dado cuenta, pero por supuesto que lo había notado. Pa era un cazador. Se daba cuenta de todo.


 — Torak… — jadeó Pa. 

Tendió una mano y los ardientes dedos se aferraron a los del muchacho con la ansiedad de una criatura. Torak tragó saliva. Eran los hijos quienes aferraban las manos de sus padres, no al revés. Trató de ser práctico, de ser un hombre en lugar de un chico. 
— Aún me quedan algunas hojas de milenrama — dijo tanteando en busca de la bolsa de los remedios curativos con la mano libre— . Quizá eso detenga la… 

— Quédatela. Tú también estás sangrando.

 — No me duele — mintió Torak. El oso lo había arrojado contra un abedul, y tenía las costillas doloridas y un tajo en el antebrazo izquierdo.


— Torak… vete. Ahora. Antes  de que vuelva. — Torak se quedó mirándolo. Abrió la boca, pero no emitió sonido alguno — . Tienes que irte — insistió su padre.

 — No. No, no puedo.


— Torak… Me estoy muriendo. Habré muerto cuando salga el sol. Torak aferró la bolsa de los remedios. Sentía un estruendo en los oídos.

  
— Pa…gimio Torak

  
— Dame… lo que necesito para el Viaje a la Muerte.—continuo PaLuego coge tus cosas.


El Viaje a la Muerte. No. No. Pero el rostro de su padre era severo.


 — Mi arco — pidió— . Tres flechas. Tú… quédate con lo demás. Donde yo voy… la caza es fácil.


Había un desgarrón en las calzas de ante de Torak a la altura dela rodilla. Se clavó la uña del pulgar en el muslo. Le dolió. Y se esforzó en concentrarse en su propio dolor.


— La comida — jadeó su padre. La carne seca. Quédatela tú…toda.


La rodilla de Torak había empezado a sangrar, pero siguió clavándose la uña. Trató de no imaginar a su padre en el Viaje a la Muerte. Trató de no imaginarse solo en el Bosque. Solamente tenía doce veranos. No podría sobrevivir por sí mismo. No sabía cómo lo lograría.


 — ¡Torak! ¡Vamos!


Parpadeando furiosamente, Torak alcanzó las armas de su padre y las colocó a su lado. Separó las flechas y se pinchó los dedos con las afiladas puntas de sílex. Entonces se echó al hombro el arco y el carcaj, escarbó en los restos del refugio en busca de su pequeña hacha de basalto. Como su fardo de madera de avellana había quedado destrozado en el ataque, tendría que embutirse sus cosas en el jubón o atárselas al cinto. A continuación, agarró el saco para dormir de piel de reno.


 — Llévate el mío — dijo su padre— . Nunca llegaste a… reparar el tuyo. Y cambiémonos los cuchillos.


Torak se horrorizó. 

— ¡Tu cuchillo no! ¡Lo necesitarás!


— Tú lo necesitarás más que yo. Y… estará bien que me lleve algo tuyo en el Viaje a la Muerte.


 — Pa, por favor. No…


En el Bosque, una ramita se quebró. Torak se volvió en redondo. La oscuridad era absoluta. Allí donde miraba, las sombras tenían forma de oso. No soplaba el viento. Los pájaros no cantaban. Tan sólo se oía el restallar del fuego y el retumbar del corazón de Torak. Hasta el Bosque contenía el aliento. 

— Aún no está aquí — dijo el padre— . Pronto. Pronto vendrá por mí… Rápido. Los cuchillos. 

Torak no quería intercambiar los cuchillos porque eso significaba que todo había acabado. Pero su padre lo estaba mirando con una intensidad que no permitía una negativa. Apretando las mandíbulas con tanta fuerza que le dolieron, Torak sacó su propio cuchillo y se lo puso en la mano a Pa. Luego desató la funda de ante del cinturón de su padre. El cuchillo de Pa era hermoso y mortífero: tenía la hoja de pizarra ribeteada de azul y en forma de hoja de sauce, y el mango de asta de ciervo estaba forrado de tendón de alce para sujetarlo mejor. Al contemplarlo, Torak cayó en cuenta de la verdad: se estaba preparando para una vida sin Pa.

  
— ¡No pienso dejarte! —exclamó— . Lucharé…


 — ¡No! ¡Nadie puede luchar contra este oso! —dijo Pa


Unos cuervos levantaron el vuelo desde los árboles. Torak contuvo el aliento


— .Escúchame — siseó el padre— . Un oso, cualquier oso, es el cazador más fuerte en el Bosque. Ya lo sabes. Pero este oso… es mucho más fuerte. 

Torak sintió que se le erizaban los pelos de los brazos. Al dirigir lamirada hacia los ojos de su padre,vio en ellos unas minúsculas venas escarlatas, y en las pupilas, una oscuridad insondable.
 — ¿Qué quieres decir?susurró— . ¿Qué…? 

— Está… poseído. — Su padre tenía el rostro sombrío. Ya no parecía Pa— . Algún… demonio…del Otro Mundo… ha entrado en éllo ha vuelto malvado.Una brasa chisporroteó, y los árboles se inclinaron un poco más para escuchar.



 — ¿Un demonio? — preguntóTorak. Su padre cerró los ojos, en un intento de reunir fuerzas. 

— Vive sólo para matar — dijo al fin— . Cada vez que mata… su poder aumenta. Lo destrozará…todo: las presas, los clanes. Todo morirá. El Bosque morirá… — Se interrumpió— . Dentro de una luna…será demasiado tarde. El demonio será… demasiado fuerte. 

— ¿Una luna? Pero ¿qué…? 

— ¡Piensa, Torak! Cuando la luna del ojo rojo está en lo más alto en el cielo nocturno es cuando los demonios son más poderosos. Tú ya lo sabes. Entonces el oso será…invencible. — 

Tuvo que esforzarsemucho en respirar. A la luz del fuego,Torak vio latir muy débil el pulso enel cuello de su padre, como si fuera adetenerse en cualquier momento. 

—  Necesito… que me jures algo. — susurro su padre

Lo que sea Pa  

— Dirígete al norte, a muchos días de camino. Encuentra… la Montaña… del Espíritu del Mundo.


— ¿Qué? — Torak se quedó mirándolo.

Su padre abrió los ojos observó fijamente las elevadas ramas, como si viera cosas en ellas que nadie más fuera capaz de ver.

 — Encuéntrala — repitió— . Es la única esperanza.

 — Pero… nadie la ha hallado jamás. Nadie puede hacerlo. 

— Tú puedes. 

— ¿Cómo? Yo no…

 — Tu guía… te encontrará.

Torak estaba desconcertado. Su padre nunca le había hablado de esa forma. Era un

hombre práctico, un cazador. 

— ¡No entiendo nada!exclamó— . ¿Qué guía? ¿Por quédebo encontrar la Montaña? ¿Estaré a salvo allí? ¿Es eso? ¿A salvo del oso?

Muy despacio, la mirada de Pa se apartó del cielo para fijarse en la cara de su hijo. Parecía que se preguntaba cuánto más podría asumir Torak.

 — ¡Ah, eres demasiado joven!dijo— . Pensé que dispondría de más tiempo. Hay

tantas cosas que no te he contado, pero no… no me odies más adelante por ello.

Torak lo miró horrorizado.Luego se puso en pie de un salto. 

— No puedo hacerlo yo solo....Debería tratar de encontrar a…

 — ¡No! — repuso su padre con una fuerza asombrosa

— . Te he mantenido apartado toda tu vida, incluso… de nuestro propio Clan del Lobo. ¡Permanece alejado de loshombres! Si ellos descubren… lo que puedes hacer… 

— ¿Qué quieres decir? Yo no… 


— No queda tiempo — lo interrumpió su padre — . Ahora júralo sobre mi cuchillo. Jura que encontrarás la Montaña, o que morirás en el intento.

Torak se mordió el labio con fuerza. A través de los árboles,desde el este, empezaba a llegarles una luz grisácea.

«Todavía no — se dijo— . Por favor, todavía no.»

 — Júralo — siseó el padre.

Torak se arrodilló y cogió elcuchillo. Pesaba mucho; era ucuchillo de hombre, demasiado grande para él. Con torpeza, tocó con la hoja la herida de su antebrazo. Luego se lo llevó al hombro, donde tenía cosida al jubón una tira de pelaje de lobo, el animal de su clan, y pronunció el juramento con voz insegura. 

— Juro, por mi sangre en esta hoja y por cada una de mis tres almas, que encontraré la Montaña de Espiritu del Mundo, o moriré en el intento. 

— Bien. Bien — suspiró Pa— .Ahora, ponme las Marcas de laMuerte. Date prisa. El oso… no está lejos.Torak sintió el escozor salado de las lágrimas. Se las enjugó,furioso. 

— No me queda ocre — musitó. 


Coge… el mío.— 

 Sin apenas ver nada, Torak encontró el pequeño cuerno para los remedios curativos hecho con una púa de cornamenta, que había sido de su madre, arrancó el tapón de roble negro y se vertió un poco de ocre rojizo en la palma de la mano. De pronto se detuvo. 

— No puedo.


 — Sí puedes. Hazlo por mí.

Torak puso un poco de agua en la palma y amasó una pasta pegajosa con el ocre y trazó pequeños círculos en la piel de su padre que ayudarían a las almas a reconocerse unas a otras y a permanecer unidas después de la muerte. En primer lugar, con toda la suavidad que pudo, le quitó a su padre las botas de piel de castor dibujó un círculo en cada talón para marcar el alma del nombre. Después trazó otro círculo sobre el corazón

para marcar el alma del clan, aunque  no le resultó fácil, pues su padre tenía en el pecho una vieja cicatriz,de manera que Torak sólo consiguió dibujar un óvalo torcido. Confió en que fuera suficiente. Finalmente, hizo la marca más importante de todas: un círculo en la frente para señalar el Nanuak, el alma del mundo. Cuando acabó,estaba tragándose las lágrimas. 

— Así está mejor — murmurósu padre. Pero Torak sintió una punzada de terror al ver que el pulsolatía más débil todavía en el cuellode Pa.


¡No puedes morirte!soltó. Su padre le dirigió una mirada de dolor y de anhelo— . Pa,no pienso dejarte; yo…


— Torak, has hecho un juramento. — Volvió a cerrar los ojos— . Vamos. Quédate tú… con el cuerno. Yo ya no lo necesito. Recoge tus cosas y tráeme agua del río. Después… vete.


«No voy a llorar»

 se dijoTorak mientras enrollaba el saco para dormir de su padre y se lo ataba a la espalda, se enfundaba el hacha en el cinturón y se embutía la bolsa

de los remedios en el jubón.Se puso en pie y miró alrededor en busca del odre de agua. Estaba hecho jirones, así que tendría que traer agua en una hoja de acedera. Estaba a punto de marcharse cuando su padre lo llamó con un murmullo.Torak se dio la vuelta. 

— ¿Qué, Pa?

 — Acuérdate. Cuando estés cazando, mira detrás de ti. Siempre… te lo digo. — Se esforzó en sonreír— . Tú siempre te…olvidas. Mira detrás de ti, ¿deacuerdo?



Torak asintió con la cabeza e intentó devolverle la sonrisa.Entonces se alejó hacia el arroyo dando traspiés por entre los húmedos helechos.Cada vez había más luz, y el olor del aire era fresco y dulce. Junto a él los árboles sangraban: de los tajos que les había infligido el oso manaba la sangre dorada de los pinos, al tiempo que algunos espíritus de los árboles gemían muy suavemente en la brisa del amanecer. Torak llegó al riachuelo, donde la niebla flotaba sobre los helechos, Sauces. Alisos. Abetos. Ni rastro del oso. Un cuervo se posó en una rama cercana y Torak dio un brinco. El pájaro plegó las tiesas alas negras, le dirijio una mirada con un ojo redondo y brillante como una gota de agua. Luego ladeóla cabeza, emitió un único graznido levantó el vuelo. Torak miró fijamente en la dirección que parecía que el ave había indicado.Oscuros tejos. Abetos rojos de los que goteaba agua. Densos.Impenetrables. Pero un poco más allá, a no más de diez pasos de donde él estaba, las ramas se agitaron. Había algo ahí.Algo gigantesco.Torak trató de impedir que sus horrorizados pensamientos se le escaparan, pero la mente se le habíaquedado en blanco. 

«El problema con un osodecía siempre su padre— es que es capaz de moverse tan silenciosamente como el aliento.Podría estar mirándote a diez pasos de distancia, y tú ni siquiera te darías cuenta. No hay defensa posible contra un oso. No puedes correr más rápido que él, ni trepar más alto, ni luchar tú solo contra él. Lo único que puedes hacer es aprender sus costumbres y procurar convencerlo de que no eres ni una amenaza ni una presa.»

Torak se esforzó por  permanecer inmóvil.

«No corras — se dijo— . No corras. A lo mejor no sabe que estás aquí.»

Se oyó un siseo. De nuevo las ramas se agitaron.A continuación oyó unos

susurros furtivos cuando la criaturase dirigió hacia el refugio, hacia su padre. Esperó en absoluto silencio hasta que hubo desaparecido.

«¡Cobarde! — dijo una voz esu cabeza— . ¡Dejas que se vaya sin intentar siquiera salvar a Pa!» 
«Pero¿qué podías hacer? — le dijo la pequeña parte de la mente todavía era capaz de pensar como era debido— .Pa sabía que esto iba a ocurrir. Por eso te ha enviado a buscar agua.Sabía que iría por él…» 

— ¡Torak! — le llegó el grito desesperado de su padre— . ¡Corre!


Los cuervos graznaban entre los árboles. Un rugido sacudió el Bosque y se prolongó más y más hasta que Torak sintió la cabeza a punto deestallar.

 — ¡Pa! — gritó. 

— ¡Corre!

De nuevo se estremeció el Bosque. De nuevo le llegó el grito de su padre. Entonces, de pronto, el grito se interrumpió. Torak se llevó un puño a la boca.A través de los árboles vislumbró una gran sombra oscura y los restos del refugio.Torak se dio la vuelta y echó a correr.