Cronicas de la Prehistoria
viernes, 24 de julio de 2015
viernes, 19 de junio de 2015
Capitulo 3 - Hermano Lobo
El lobezno
no entendía en absoluto qué estaba pasando. Él había ido a explorar la cuesta que
había sobre la Guarida cuando había llegado rugiendo el Agua Rápida, y ahora su
madre, su padre y sus hermanos de camada estaban tendidos en el barro, ¡y no le hacían caso!
Mucho antes
de que llegara la Luz había estado empujándolos con el hocico y mordiéndoles la
cola, pero seguían sin moverse. No hacían ruido y olían raro: olían a presa. Pero
no era el olor a la presa que huye, sino a la del No Aliento, la presa que se
come.
El
lobezno tenía frío y estaba mojado y muy hambriento. Había lamido muchas veces
el hocico de su madre para pedirle que, por favor, vomitara un poco de comida
para él, pero ella no se había movido. ¿Qué habría hecho mal esta vez? Sabía
que era el lobezno más travieso de la camada. Siempre lo estaban regañando,
pero no podía evitarlo. Sencillamente, le encantaba probar cosas nuevas. Así
que le parecía un poquito injusto que ahora, que se había quedado en la Guarida
como un buen lobezno, nadie se diera cuenta.
Se
acercó sin hacer ruido al borde del charco donde estaban tumbados sus hermanos
y lamió un poco del agua que quedaba. Tenía mal sabor. Comió un poco de hierba
y un par de arañas.
Se
preguntó qué iba a hacer. Empezó a sentirse asustado. Echó la cabeza hacia
atrás y aulló. Al hacerlo se animó un poco porque le recordó los buenos
aullidos que había compartido con la manada. Pero a medio aullido se interrumpió.
Olía a
lobo. Se dio la vuelta, tambaleándose un poco a causa del hambre, giró las orejas
y olisqueó. Sí. Lobo. Lo oyó descender ruidosamente la pendiente del otro lado
del Agua Rápida, y olió que era macho, crecido a medias, que no era de la
manada.
Pero
había algo extraño en él: olía a lobo, pero también a no lobo. Olía a reno, a
ciervo y a castor, a sangre fresca… y a algo más: un olor nuevo que no conocía
aún. Le pareció muy raro.
A menos
que… a menos que… significara que el lobo no lobo fuera en realidad un lobo que
había comido muchas presas distintas ¡y viniera ahora a traerle un poco de
comida!
Temblando de entusiasmo, el lobezno meneó la
cola y soltó unos ruidosos gañidos a modo de bienvenida. Por un momento el
extraño lobo se detuvo. Luego empezó a avanzar otra vez. El lobezno no lo veía
con mucha claridad porque no tenía los ojos tan agudos como la nariz o las orejas,
pero cuando lo vio chapotear para cruzar
el Agua Rápida se dio cuenta de que, desde luego, aquél era un lobo muy raro.
Caminaba
sobre las patas de atrás, y el pelaje de la cabeza era negro y tan largo que le
llegaba a los hombros, aunque lo más raro de todo era que ¡No tenía cola!
Y aun
así sonaba a lobo, pues emitía un sonido bajo entre el gañido y el aullido que
parecía que dijera:
«Todo
va bien, soy un amigo.»
Eso resultaba
tranquilizador, aunque daba la impresión de que todo el rato se saltaba los
gañidos más agudos. Pero algo andaba mal. A pesar del tono amistoso captaba una
nota tensa. Y aunque aquel lobo raro sonreía, el lobezno no sabía decir si era
una sonrisa sincera.
La
bienvenida del lobezno cambió y se convirtió en un lloriqueo.
-«¿Me
estás cazando? ¿Por qué?»-
-«No,
no»-, le llegó aquel sonido entre gañido y aullido amistoso pero no amistoso. Entonces
el lobo raro dejó de gañir y aullar y avanzó en medio de un silencio aterrador.
Sin
fuerzas para correr, el lobezno retrocedió. El lobo raro se abalanzó, cogió al
lobezno por el pescuezo y lo levantó en alto. Débilmente, el lobezno meneó la
cola para rechazar un ataque. El lobo raro levantó la otra pata delantera y
oprimió con una garra gigantesca la barriga del lobezno. Éste soltó un gañido
y, con una mueca de terror, metió la cola entre las patas.
Pero el
lobo raro también estaba asustado. Le temblaban las patas delanteras y tragaba
saliva y enseñaba los dientes. El lobezno captó soledad, incertidumbre y dolor.
De pronto el lobo raro tragó Saliva
otra vez y apartó de un tirón su enorme garra del vientre del lobezno. Entonces
se sentó pesadamente en el barro y estrechó al cachorro contra el pecho. El
terror del lobezno se desvaneció, pues a través del extraño pellejo sin pelo
que olía más a no lobo que a lobo, oyó un consolador golpeteo, como el sonido
que percibía cuando se le subía encima a su padre para dormir un poco. El
lobezno se escabulló del abrazo del lobo raro, le apoyó las patas delanteras en
el pecho y se sostuvo sobre las de atrás. Entonces empezó a lamerle el hocico.
Molesto,
el lobo raro lo apartó de un empujón. Sin dejarse intimidar, se incorporó para
sentarse y alzar la mirada hacia el lobo raro. ¡Vaya cara tan extraña, tan
plana y sin pelo tenía! Los labios no eran negros, como los de un auténtico lobo,
sino pálidos; y las orejas también eran pálidas, ¡Y no se movían! Pero los ojos
eran de un gris plateado y estaban llenos de luz: eran los ojos de un lobo.
El
lobezno se encontraba mejor de lo que se había sentido desde que había llegado
el Agua Rápida. Había hallado a un hermano de carnada.
-------------
Torak
estaba furioso consigo mismo. ¿Por qué no había matado al lobezno? ¿Qué iba a
comer ahora? El cachorro le dio un golpe con el hocico en las costillas
magulladas que lo hizo gemir.
— ¡Vete!
— exclamó apartándolo de una patada — . ¡No te quiero conmigo! ¿Me entiendes?
¡No me sirves para nada! ¡Vete ya!
Ni
siquiera intentó decírselo en la lengua de los lobos porque se había dado
cuenta de que no la hablaba muy bien. Tan sólo conocía los gestos más simples y
cómo se formaban algunos sonidos. Pero el lobezno lo comprendió. De modo que se
alejó trotando unos cuantos pasos, y después se sentó y lo miró esperanzado
mientras barría el suelo con la cola.
Torak
se puso en pie… y se mareó. Tenía que comer algo cuanto antes. Paseó la vista
por
la ribera del río en busca de comida, pero sólo vio a los lobos muertos, y
olían demasiado mal para pensar en comérselos. Torak se dejó llevar por la
desesperación. El sol estaba descendiendo en el cielo. ¿Qué debía hacer?
¿Acampar ahí? Pero, ¿qué había pasado con el oso? ¿Habría acabado con Pa e iría
tras él? Algo se le retorció dolorosamente en el pecho.
«No
pienses en Pa. Piensa en qué vas a hacer. Si el oso te hubiese seguido, ya te
habría alcanzado. Así que a lo mejor estás a salvo aquí, al menos por esta
noche.»
Los
cuerpos de los lobos eran demasiado pesados para arrastrarlos, de manera que
decidió acampar un poco más río arriba. Antes, sin embargo, utilizaría uno de
los cuerpos muertos como carnaza para una trampa, con la esperanza de atrapar
durante la noche algo que comer.
Le
costó mucho esfuerzo montar la trampa: apoyó una roca plana contra un palo, y
luego apuntaló éste con otro palo cruzado que actuaría de desencadenante. Si
tenía suerte, podía aparecer un zorro durante la noche que hiciera caer la
piedra. No supondría una delicia, pero sería mejor que nada. Acababa de
terminar cuando el lobezno se acercó trotando y olfateó la trampa con gesto
inquisitivo. Torak lo agarró del hocico y se lo aplastó contra el suelo.
— No —
dijo con firmeza— .No te acerques
El
lobezno se retorció para liberarse y retrocedió con aire ofendido.
«Más
vale ofendido que muerto», pensó Torak.
Sabía
que había sido injusto, porque debería haber gruñido primero para avisar al
cachorro que no se acercara, y sólo si no le hacía caso agarrarlo del hocico.
Pero estaba demasiado cansado para preocuparse por algo así. Además, ¿por qué
se había molestado siquiera en avisarle? ¿Qué más le daba si el lobezno se acercaba
vacilante durante la noche y acababa aplastado? ¿Qué le importaba si lo
entendía o no, o por qué? ¿De qué le serviría que lo hiciera?
Se
levantó, y casi se le doblaron las rodillas.
«Olvídate
del lobezno. Encuentra algo de comer.» Se obligó a trepar por la cuesta que
había tras la gran roca roja en busca de moras boreales. Cuando llegó arriba,
se acordó de que esas moras crecían e páramos y pantanos, pero no en bosques de
abedules, y que de todas formas ya no era temporada.
Torak
advirtió que en ciertos puntos el terreno estaba alfombrado de excrementos de
urogallo, de forma que dispuso algunos cepos hechos con hierbas retorcidas: dos
cerca del suelo, y dos más en las ramas bajas por las que a veces correteaban
esas aves, teniendo buen cuidado de ocultarlos con hojas para que no los vieran.
Entonces regresó al río. Sabía que estaba demasiado mareado para pescar un pez atravesándolo
con una lanza improvisada, así que dispuso una hilera de anzuelos que
consistían en espinas de zarza con caracoles de agua como cebo. A continuación echó
a andar río arriba en busca de bayas y raíces. Durante un rato el lobezno lo siguió;
luego se sentó y empezó a maullar pidiéndole que volviera. No quería dejar a su
manada.
«Estupendo
— se dijo Torak — . Quédate ahí. No quiero que me molestes.»
Mientras buscaba,
el sol descendió aún más y el aire se volvió cortante. El jubón le refulgía con
el neblinoso aliento del Bosque. Pensó vagamente que debería estar
construyéndose un refugio en lugar de buscar comida, pero desechó la idea.
Al
final encontró un puñado de camarinas y las engulló, después unos pocos
arándanos rojos, un par de caracoles y unos cuantos hongos de la ciénaga, que
tenían algunos gusanos, pero no sabían del todo mal. Ya era casi oscuro cuando
tuvo un golpe de suerte y encontró una mata de castañuelas. Con un palo afilado
cavó cuidadosamente siguiendo los retorcidos tallos hasta la pequeña y nudosa
raíz. Masticó la primera; tenía un sabor dulce y a nuez, pero apenas daba para
un bocado. Tras mucho cavar de forma agotadora, consiguió desenterrar cuatro
más; se comió dos y se guardó las otras dos en el jubón para más tarde. Con un
poco de comida en su interior, volvió a recuperar algo de fuerza en los
miembros, pero continuaba teniendo la mente extrañamente confusa.
«¿Qué
hago ahora? — se preguntó— . ¿Por qué me resulta tan difícil pensar?»
El
refugio. Eso era. Luego un fuego. Luego dormir. El lobezno lo estaba esperando en
el claro. Temblando y dando gañidos de placer, se arrojó sobre él con una gran
sonrisa de lobo. No sólo arrugó el hocico y enseñó los dientes, sino que le
sonrió con todo el cuerpo: estiró las orejas hacia atrás y ladeó la cabeza,
meneó la cola y movió las patas delanteras, dio grandes saltos en el aire, haciendo
cabriolas.
Torak
se sintió mareado al observarlo, así que no le hizo caso. Además, tenía que
construir un refugio. Miró alrededor en busca de ramas secas, pero la riada se
lo había llevado casi todo. De modo que tendría que cortar algunos arbolillos,
si es que aún tenía fuerzas. Sacó el hacha del cinturón, se dirigió a un grupo
de abedules y apoyó una mano sobre el más pequeño. Musitó una rápida advertencia
al espíritu del árbol para que encontrara otro hogar enseguida, y empezó a
talar. El esfuerzo hizo que la cabeza le diera vueltas, al tiempo que el tajo en
el brazo le palpitaba ferozmente. Pero se esforzó en continuar talando.
Se
hallaba en una especie de oscuro e interminable túnel en que debía talar y
arrancar ramas y volver a talar aún más. Pero cuando los brazos se le habían
vuelto tan flojos como el agua y ya no pudo continuar, comprobó con alarma que
sólo había conseguido cortar dos enclenques abedules y un raquítico abeto rojo.
Tendría que apañarse con eso. Juntó los arbolillos y los amarró con una raíz de
abeto rojo para formar un burdo cobertizo bajo, lo cubrió por tres lados con
ramas de abeto y metió dentro unas cuantas para tenderse sobre ellas.
El
resultado fue bastante desastroso, pero le serviría. No tenía fuerzas para
impermeabilizarlo con limo y hojas, así que si llovía tendría que confiar en
que el saco para dormir lo mantendría seco, y rogar por que el espíritu del río no enviara otra
riada, puesto que había construido el refugio demasiado cerca del agua.
Mientras masticaba otra castañuela, paseó la
vista por el claro en busca de leña. Pero en cuanto se hubo tragado la castaña,
las tripas le dieron un vuelco y la vomitó. El lobezno soltó un gañido de alegría
y se zampó el vómito.
«¿Por
qué he hecho eso? — se preguntó Torak— . ¿Habré comido un hongo malo?»
Pero no
le pareció que se tratara de un hongo malo. Debía de ser otra cosa. Estaba
sudando y temblando y, aunque no le quedaba nada que vomitar en la tripa, aún
se sentía mareado. Una horrible sospecha se apoderó de él. Se quitó el vendaje del
antebrazo, y el miedo lo invadió como una niebla helada.
La
herida estaba hinchada y de un rojo furioso, y olía mal. Torak notaba el calor
que emanaba de ella. Al tocarla, el dolor fue como una llamarada. Del pecho del
muchacho brotó un sollozo. Estaba agotado, hambriento y asustado, y necesitaba desesperadamente
a Pa. Y ahora tenía un nuevo enemigo: la fiebre.
viernes, 5 de junio de 2015
Capitulo 2 - Hermano Lobo
Capitulo 2. Cronicas de la Prhistoria- Hermano Lobo
Torak corría a trompicones entre las ramas de
los alisos y sehundía
hasta la rodilla en lostremedales. Los abedules susurrabaa su paso, y él les
rogó en silencioque no delataran su presencia al oso.
Le ardía la
herida del brazo,con cada aliento las costillas magulladas le provocaban un
dolor terrible, pero no se atrevía a parar.
El Bosque
estaba lleno de ojos.
Se imaginó
al oso yendo en su busca, continuó corriendo.
Asustó a un
jabalí joven que escarbaba en busca de castañuelas y murmuró entre dientes una
rápida disculpa para prevenir un ataque. El jabalí soltó un bufido
malhumorado,lo dejó pasar y siguió buscando tubérculos.
Un glotón le
gruñó que no se acercara, y Torak le devolvió el gruñido con toda la ferocidad
que pudo, pues lo único que escuchan los glotones son las amenazas. El animal se
convenció de que aquélla iba en serio y desapareció hacia lo alto de un árbol.
Por el este,
el cielo tenía un tono gris lobuno. En ese momento bramó un trueno. Bajo la luz
de la tormenta, los árboles lucían un verde resplandeciente.
«Lluvia en
las montañas pensó Torak, medio atontado— .¡Cuidado con las riadas!»
Se esforzó por
pensar en esa posibilidad y apartar de sí el terror, pero no dio resultado, y
siguió corriendo.
Al final
tuvo que detenerse para recobrar el aliento, y se dejó caer contra el tronco de
un roble. Cuando levantó la cabeza para observar las hojas verdes que se
agitaban, el árbol murmuró secretos para sí e ignoró la presencia de Torak.
Por primera vez en la vida estaba
completamente solo y ya no se sentía parte del Bosque. Era como si su alma del
mundo hubiese roto los lazos con todos los demás seres vivos: árbol y pájaro,
cazador y presa, río y roca.
Nada en el mundo sabía cómo se sentía Torak.
Nada quería saberlo.
El dolor en
el brazo lo arrancó de sus pensamientos. De la bolsa de los remedios curativos
sacó la última tira de albura que le quedaba y se vendó toscamente la herida
con ella. Luego se apartó del árbol y miró alrededor. Torak había crecido en
esa parte del Bosque.
Cada ladera,
cada claro le resultaba familiar, en el valle hacia el oeste se hallaba el Río Rojo,
poco profundo para las canoas, pero lleno de buena pesca en primavera, cuando
el salmón remontaba el río desde el mar hacia el este, hasta llegar al límite
del Bosque Profundo
Se extendían los amplios bosques soleados
donde las presas engordaban durante el otoño, había gran cantidad de bayas y frutos
secos.
Hacia el sur
se hallaban los páramos donde los renos comían musgo en invierno. Pa decía que
lo mejor de esa parte del Bosque era que apenas había gente. Muy de vez en
cuando un grupo del Clan del Sauce llegaba del oeste por el mar, o el Clan de la
Víbora desde el sur, pero nunca se quedaban mucho tiempo. Tan sólo pasaban de
camino a otro sitio cazaban libremente, como hacía todo el mundo en el Bosque,
sin percatarse de que Torak y Pa cazaban allí también.
Torak nunca
se había cuestionado esa situación. Siempre había vivido así: a solas con Pa, apartado
de los clanes. Ahora, sin embargo, ansiaba ver gente. Quiso gritar pidiendo
ayuda.
Pero Pa le había advertido que permaneciera
alejado de la gente. Además, si gritaba podía atraer al oso.
El oso…
Sintió que
el pánico le oprimía la garganta. Tragó saliva para controlarlo. Inspiró
profundamente y echó a correr de nuevo, a un ritmo más constante en esta
ocasión, y se dirigió hacia el norte. Mientras corría, iba detectando indicios de
presas: huellas de alce, excrementos de uro, el sonido de un caballo del bosque
moviéndose entre los helechos…
El oso no
los había asustado. Al menos aún no.
Así pues, ¿se habría equivocado su padre? ¿Le
habría fallado la cabeza al final?
— ¡Tu padre
está loco! —
habían dicho
los niños burlándose de Torak cinco años antes, cuando él y Pa habían viajado
hasta la costa para la reunión anual del clan. Era la primera vez que Torak
asistía a una reunión del clan, y había sido un desastre. Pa no lo había
llevado nunca más.
— Dicen que
se tragó el aliento de un fantasma —
habían dicho con desprecio los niños— . Por
eso abandonó su clan y vive solo. Torak, a sus siete años, se había puesto
furioso. Se habría enfrentado a todos ellos de no haber aparecido su padre para
sacarlo de allí.
— Torak, no
les hagas caso —había dicho Pa riendo— . No saben lo que dicen.
Había tenido
razón, por supuesto. Pero ¿tenía razón en lo del oso? Camino adelante, los
árboles daban paso a un claro. Torak salió a tropezones al sol… y sintió el
golpe de un espantoso olor a podrido. Dio un traspié y se detuvo. Los caballos
de bosque yacían donde el oso los había arrojado como si fueran juguetes rotos.
Ningún carroñero
se había atrevido a alimentarse de ellos, y ni siquiera las moscas los tocaban.
No se parecían a ninguna víctima de oso que Torak hubiese visto hasta entonces.
Cuando un oso normal se alimenta, arranca la piel a su presa y le devora las
tripas y los cuartos traseros, y se lleva el resto para comérselo más tarde.
Como cualquier cazador, no desperdiciaba nada. Pero ese oso no había arrancado
más que un único bocado de cada animal muerto. No había matado por hambre.
Había matado para divertirse. A los pies de Torak yacía un potrillo muerto,
todavía con una costra de arcilla del río en los pequeños cascos, de la última
vez que había ido a beber. Torak sintió náuseas.
¿Qué clase
de criatura mata a una manada entera?
¿Qué clase
de criatura mata por placer?
Se acordó de
los ojos del oso, vislumbrados durante un atroz instante. Jamás había visto
unos ojos así: en ellos no había más que rabia, odio hacia todo ser viviente.
El caos ardiente y turbulento del Otro Mundo.
¡Pues claro
que su padre tenía razón!
Ese animal
no era un oso. Era un demonio. Y mataría y mataría hasta que el Bosque
estuviera totalmente muerto.
«Nadie puede
luchar contra este oso», había dicho su padre.
¿Significaba
eso que el Bosque estaba condenado?
¿Y por qué
él, Torak, tenía que encontrar la Montaña del Espíritu del Mundo, la Montaña
que nadie había visto jamás?
La voz de su
padre le resonó en la mente:
«Tu guía te
encontrará.»
¿Cómo?
¿Cuándo?
Torak salió
del claro para volver a hundirse en las sombras bajo los árboles, y echó a
correr de nuevo. Corrió durante una eternidad. Corrió hasta que ya no sintió
las piernas.
Pero al
final llegó a una larga pendiente boscosa y tuvo que detenerse, doblado en dos respirando
agitadamente.
De pronto
sintió un hambre voraz. Hurgó en la bolsa de comida y soltó un bufido de
indignación. Estaba vacía. Demasiado tarde, recordó los pulcros atados de carne
de ciervo seca, olvidados en el refugio
.¡Qué tonto
eres, Torak! ¡Mira que echarlo todo a perder en tu primer día solo!
Solo.
No era
posible. ¿Cómo podía haberse ido Pa, y para siempre? Gradualmente captó un
sonido, como un maullido débil, procedente del otro lado de la colina. El
sonido se repitió. Algún animal joven que llamaba a su madre. A Torak le dio un
vuelco el corazón. ¡Oh, gracias al Espíritu! Una presa fácil. El vientre se le
puso tenso al pensar en carne fresca. No le importaba lo que fuera, pues tenía tanta
hambre que se comería un murciélago.
Torak se
echó al suelo y reptó a través de los abedules hasta lo alto de la colina. Miró
hacia abajo, hacia un angosto barranco a través del cual fluía una veloz corriente
de agua. La reconoció: era el Río Rápido. Más hacia el oeste, él y Pa solían
acampar en verano para recoger corteza de tilo con que hacer cuerdas, pero esa
parte no le resultaba familiar. Entonces comprendió por qué. Una riada
procedente de la ladera había dejado un caos de maleza y arbolillos arrancados.
También había destrozado una guarida de lobos
al otro lado del barranco. Allí, bajo una gran roca, roja y lisa con forma de
uro dormido, yacían dos lobos ahogados que semejaban dos pieles empapadas, mientras
que tres lobeznos muertos flotaban en un charco. El cuarto estaba sentado junto
a ellos, temblando. El lobezno parecía tener unos tres meses. Estaba flaco y
mojado, y se quejaba suavemente con un lloriqueo continuo y apenas audible.
Torak
parpadeó.
Sin previo aviso,
el sonido le había hecho aparecer en la mente una visión asombrosa:
Pelaje
negro; una cálida penumbra; leche rica; la madre que lo lamía para limpiarlo; arañazos
de minúsculas garras y leves empujones de unos hocicos, pequeños y fríos, de
suaves y esponjosos cachorros que se le pasaban por encima a él, el lobezno más
reciente de la camada.
La visión
fue tan vivida como un relámpago. ¿Qué significaba? Apretó fuertemente con una mano
el mango del cuchillo de su padre.
«No importa
qué significase— dijo— . Las visiones no van a mantenerte con vida. Si no te
comes a ese lobezno, estarás demasiado débil para cazar. Y te está permitido
matar a la criatura de tu clan para no morirte de hambre. Ya lo sabes.»
El lobezno
levantó la cabeza profirió un aullido de desconcierto. Torak lo escuchó… y
entendió su significado. De algún extraño modo, que le pareció indescifrable,
reconoció los agudos y temblorosos sonidos porque la mente de Torak conocía sus
formas. Las recordaba.
«No puede
ser», se dijo.
Escuchó los
aullidos del lobezno y sintió que le penetraban en la mente.
«¿Por qué no
jugáis conmigo? — preguntaba el lobezno a su camada muerta— . ¿Qué os he hecho?»
Lo repetía una y otra vez.
Mientras
Torak escuchaba, algo despertó en él. Se le tensaron los músculos del cuello, y
en lo más hondo de la garganta notó que empezaba a formarse una respuesta.
Pero luchó
contra el urgente deseo de echar la cabeza hacia atrás y aullar. ¿Qué estaba
ocurriendo?
Ya no se sentía Torak. No se sentía un chico,
ni hijo, ni miembro del Clan del Lobo; o al menos no se sentía sólo esas cosas.
Una parte de él era lobo.
Se levantó
una brisa que le heló la piel.En el mismo momento, el lobezno dejó de aullar y
se dio la vuelta para mirar en dirección a él. Tenía la mirada extraviada, pero
había levantado las largas orejas y olisqueaba el aire.
Lo había
olido.
Torak miró
al pequeño y ansioso animal y se mostró inflexible.
Sacó el
cuchillo del cinturón y empezó a descender la ladera.
martes, 3 de febrero de 2015
Capitulo 1. - Hermano Lobo
1 Capitulo. Cronicas de La Prehistoria-Hermano Lobo
Torak se despertó sobresaltado, pues no había pretendido
quedarse dormido. El fuego estaba casi apagado. El chico se puso en cuclillas
en el frágil arco de luz y miró fijamente la negrura del Bosque que se cernía sobre
él. No se veía nada. No se oía nada.
¿Habría vuelto? ¿Estaría ahí, observándolo con ojos ardientes y asesinos?
Notaba el estómago vacío, estaba helado. Se daba cuenta de
que necesitaba desesperadamente comer algo, de que le dolía el brazo y tenía los
ojos irritados de puro cansancio, pero en realidad no sentía nada de eso. Había
montado guardia ante los restos del refugio de ramas de abeto rojo toda la
noche, viendo sangrar a su padre.
¿Cómo podía estar pasando algo así? El día anterior tan
sólo el día anterior habían acampado durante el anochecer azulado del otoño. Torak
había bromeado, y su padre se había reído. Pero entonces el Bosque se
estremeció. Los cuervos graznaron. Los árboles crujieron. Y de la oscuridad
bajo los árboles surgió una oscuridad más profunda aún: una gigantesca y
arrasadora amenaza en forma de oso. De pronto se les echó encima la muerte. Un
frenesí de garras. Un estruendo tan espantoso que hacía sangrar los oídos. En
un abrir cerrar de ojos, aquella bestia había hecho añicos el refugio. En un
abrir cerrar de ojos, había desgarrado un costado de su padre dejándole una herida
en carne viva. Luego había desaparecido y se había fundido con el Bosque tan
silenciosamente como la niebla.
Pero ¿qué clase de oso
acechaba a un hombre para desvanecerse sin terminar la matanza? ¿Qué clase de
oso jugaba con su presa?¿Y dónde estaba ahora?
Torak no veía nada más
allá de la luz del fuego, pero estaba seguro de que el claro era también un caos
de arbustos y helechos aplastados. Olía a sangre de pino y a tierra arañada, y
oyó el dulce y triste burbujear del arroyo a treinta pasos de él. El oso podía
estar en cualquier parte. Su padre gimió junto a él. Abrió lentamente los ojos
y miró a su hijo sin reconocerlo.
A Torak se le encogió el corazón.
— So… so… soy yo — tartamudeó—
. ¿Cómo te encuentras?
El dolor convulsionó el moreno y delgado rostro de su padre,
cuyas mejillas tenían un matiz grisáceo que hacía resaltar el color morado de
los tatuajes del clan. El sudor le apelmazaba el largo cabello oscuro. La
herida era tan profunda que, cuando Torak se la restañó torpemente con musgo de
los árboles, vio brillar las entrañas de su padre bajo la luz del fuego y tuvo
que apretar los dientes para no marearse. Confió en que Pa no se hubiese dado
cuenta, pero por supuesto que lo había notado. Pa era un cazador. Se daba cuenta
de todo.
— Torak… — jadeó Pa.
Tendió una mano y los ardientes dedos se aferraron
a los del muchacho con la ansiedad de una criatura. Torak tragó saliva. Eran
los hijos quienes aferraban las manos de sus padres, no al revés. Trató de ser
práctico, de ser un hombre en lugar de un chico.
— Aún me quedan algunas hojas
de milenrama — dijo tanteando en busca de la bolsa de los remedios curativos
con la mano libre— . Quizá eso detenga la…
— Quédatela. Tú también estás sangrando.
— No me duele — mintió Torak. El oso lo había arrojado contra un abedul, y
tenía las costillas doloridas y un tajo en el antebrazo izquierdo.
— Torak… vete. Ahora. Antes
de que vuelva. — Torak se quedó mirándolo. Abrió la boca, pero no emitió
sonido alguno — . Tienes que irte — insistió su padre.
— No. No, no puedo.
— Torak… Me estoy muriendo. Habré muerto cuando salga el sol.
Torak aferró la bolsa de los remedios. Sentía un estruendo en los oídos.
— Pa…—gimio Torak
— Dame… lo que
necesito para el Viaje a la Muerte.—continuo Pa—Luego coge tus cosas.
El Viaje a la Muerte. No. No. Pero el rostro de su padre era severo.
— Mi arco — pidió— .
Tres flechas. Tú… quédate con lo demás. Donde yo voy… la caza es fácil.
Había un desgarrón en las calzas de ante de Torak a la altura
dela rodilla. Se clavó la uña del pulgar en el muslo. Le dolió. Y se esforzó en
concentrarse en su propio dolor.
— La comida — jadeó su padre. La carne seca. Quédatela
tú…toda.
La rodilla de Torak había empezado a sangrar, pero siguió clavándose
la uña. Trató de no imaginar a su padre en el Viaje a la Muerte. Trató de no
imaginarse solo en el Bosque. Solamente tenía doce veranos. No podría
sobrevivir por sí mismo. No sabía cómo lo lograría.
— ¡Torak! ¡Vamos!
Parpadeando furiosamente, Torak alcanzó las armas de su padre
y las colocó a su lado. Separó las flechas y se pinchó los dedos con las afiladas
puntas de sílex. Entonces se echó al hombro el arco y el carcaj, escarbó en los
restos del refugio en busca de su pequeña hacha de basalto. Como su fardo de
madera de avellana había quedado destrozado en el ataque, tendría que embutirse
sus cosas en el jubón o atárselas al cinto. A continuación, agarró el saco para
dormir de piel de reno.
— Llévate el mío —
dijo su padre— . Nunca llegaste a… reparar el tuyo. Y cambiémonos los cuchillos.
Torak se horrorizó.
— ¡Tu cuchillo no! ¡Lo necesitarás!
— Tú lo necesitarás más que yo. Y… estará bien que me lleve algo
tuyo en el Viaje a la Muerte.
— Pa, por favor. No…
En el Bosque, una ramita se quebró. Torak se volvió en
redondo. La oscuridad era absoluta. Allí donde miraba, las sombras tenían forma
de oso. No soplaba el viento. Los pájaros no cantaban. Tan sólo se oía el restallar
del fuego y el retumbar del corazón de Torak. Hasta el Bosque contenía el aliento.
— Aún no está aquí — dijo el padre— . Pronto. Pronto vendrá por mí… Rápido. Los
cuchillos.
Torak no quería intercambiar los cuchillos porque eso significaba que
todo había acabado. Pero su padre lo estaba mirando con una intensidad que no
permitía una negativa. Apretando las mandíbulas con tanta fuerza que le
dolieron, Torak sacó su propio cuchillo y se lo puso en la mano a Pa. Luego
desató la funda de ante del cinturón de su padre. El cuchillo de Pa era hermoso
y mortífero: tenía la hoja de pizarra ribeteada de azul y en forma de hoja de
sauce, y el mango de asta de ciervo estaba forrado de tendón de alce para
sujetarlo mejor. Al contemplarlo, Torak cayó en cuenta de la verdad: se estaba
preparando para una vida sin Pa.
— ¡No pienso dejarte! —exclamó—
. Lucharé…
— ¡No! ¡Nadie puede
luchar contra este oso! —dijo Pa
Unos cuervos levantaron el vuelo desde los árboles. Torak
contuvo el aliento
— .Escúchame — siseó el padre— . Un oso, cualquier oso, es el
cazador más fuerte en el Bosque. Ya lo sabes. Pero este oso… es mucho más
fuerte.
Torak sintió que se le erizaban los pelos de los brazos. Al dirigir
lamirada hacia los ojos de su padre,vio en ellos unas minúsculas venas escarlatas,
y en las pupilas, una oscuridad insondable.
— ¿Qué quieres decir?—susurró— .
¿Qué…?
— Está… poseído. — Su padre tenía el rostro sombrío. Ya no parecía Pa— .
Algún… demonio…del Otro Mundo… ha entrado en éllo ha vuelto malvado.Una brasa
chisporroteó, y los árboles se inclinaron un poco más para escuchar.
— ¿Un demonio? —
preguntóTorak. Su padre cerró los ojos, en un intento de reunir fuerzas.
— Vive
sólo para matar — dijo al fin— . Cada vez que mata… su poder aumenta. Lo
destrozará…todo: las presas, los clanes. Todo morirá. El Bosque morirá… —
Se interrumpió— . Dentro de una luna…será demasiado tarde. El demonio será…
demasiado fuerte.
— ¿Una luna? Pero ¿qué…?
— ¡Piensa, Torak! Cuando la luna del ojo rojo
está en lo más alto en el cielo nocturno es cuando los demonios son más poderosos. Tú
ya lo sabes. Entonces el oso será…invencible. —
Tuvo que esforzarsemucho en
respirar. A la luz del fuego,Torak vio latir muy débil el pulso enel cuello de
su padre, como si fuera adetenerse en cualquier momento.
— Necesito…
que me jures algo. — susurro su padre
—Lo que sea Pa —
— Dirígete al norte, a
muchos días de camino. Encuentra… la Montaña… del Espíritu del Mundo.
— ¿Qué? — Torak se quedó mirándolo.
Su padre abrió los
ojos observó fijamente las elevadas ramas, como si viera cosas en ellas que nadie
más fuera capaz de ver.
— Encuéntrala — repitió— . Es la única esperanza.
—
Pero… nadie la ha hallado jamás. Nadie puede hacerlo.
— Tú puedes.
— ¿Cómo? Yo
no…
— Tu guía… te encontrará.
Torak estaba desconcertado. Su padre nunca le
había hablado de esa forma. Era un
hombre práctico, un cazador.
Muy despacio, la mirada de Pa se apartó del cielo para fijarse en la cara de su hijo. Parecía que se preguntaba cuánto más podría asumir Torak.
— ¡Ah, eres demasiado joven!—dijo— . Pensé que dispondría de más tiempo. Hay
tantas cosas que no te he contado, pero no… no me odies más
adelante por ello.
Torak lo miró horrorizado.Luego se puso en pie de un salto.
—
No puedo hacerlo yo solo....Debería tratar de encontrar a…
— ¡No! — repuso su
padre con una fuerza asombrosa
— . Te he mantenido apartado toda tu vida, incluso…
de nuestro propio Clan del Lobo. ¡Permanece alejado de loshombres! Si ellos
descubren… lo que puedes hacer…
— ¿Qué quieres decir? Yo no…
— No queda tiempo — lo interrumpió su padre — . Ahora júralo
sobre mi cuchillo. Jura que encontrarás la Montaña, o que morirás en el
intento.
Torak se mordió el labio con fuerza. A través de los árboles,desde el
este, empezaba a llegarles una luz grisácea.
«Todavía no — se dijo— . Por favor, todavía no.»
— Júralo — siseó el padre.
Torak se arrodilló y
cogió elcuchillo. Pesaba mucho; era ucuchillo de hombre, demasiado grande para
él. Con torpeza, tocó con la hoja la herida de su antebrazo. Luego se lo llevó al
hombro, donde tenía cosida al jubón una tira de pelaje de lobo, el animal de su
clan, y pronunció el juramento con voz insegura.
— Juro, por mi sangre en
esta hoja y por cada una de mis tres almas, que encontraré la Montaña de Espiritu del Mundo, o moriré en el intento.
— Bien. Bien — suspiró Pa— .Ahora, ponme las
Marcas de laMuerte. Date prisa. El oso… no está lejos.Torak sintió el escozor salado de las lágrimas. Se las
enjugó,furioso.
— No me queda ocre — musitó.
—Coge… el mío.—
Sin apenas ver
nada, Torak encontró el pequeño cuerno para los remedios curativos hecho con una
púa de cornamenta, que había sido de su madre, arrancó el tapón de roble negro y
se vertió un poco de ocre rojizo en la palma de la mano. De pronto se detuvo.
—
No puedo.
— Sí puedes. Hazlo por
mí.
Torak puso un poco de agua en la palma y amasó una pasta pegajosa con el ocre y trazó
pequeños círculos en la piel de su padre que ayudarían a las almas a reconocerse
unas a otras y a permanecer unidas después de la muerte. En primer lugar, con
toda la suavidad que pudo, le quitó a su padre las botas de piel de castor dibujó
un círculo en cada talón para marcar el alma del nombre. Después trazó otro
círculo sobre el corazón
para marcar el alma del clan, aunque no le resultó fácil, pues su padre tenía en el
pecho una vieja cicatriz,de manera que Torak sólo consiguió dibujar un óvalo
torcido. Confió en que fuera suficiente. Finalmente, hizo la marca más importante
de todas: un círculo en la frente para señalar el Nanuak, el alma del mundo.
Cuando acabó,estaba tragándose las lágrimas.
— Así está mejor — murmurósu
padre. Pero Torak sintió una punzada de terror al ver que el pulsolatía más
débil todavía en el cuellode Pa.
—¡No puedes
morirte!—soltó. Su padre le dirigió una mirada de dolor y de anhelo— . Pa,no
pienso dejarte; yo…
— Torak, has hecho un juramento. — Volvió a cerrar los ojos— .
Vamos. Quédate tú… con el cuerno. Yo ya no lo necesito. Recoge tus cosas y tráeme
agua del río. Después… vete.
«No voy a llorar»
se dijoTorak mientras enrollaba el saco
para dormir de su padre y se lo ataba a la espalda, se enfundaba el hacha en el
cinturón y se embutía la bolsa
de los remedios en el jubón.Se puso en pie y miró alrededor
en busca del odre de agua. Estaba hecho jirones, así que tendría que traer agua
en una hoja de acedera. Estaba a punto de marcharse cuando su padre lo llamó con
un murmullo.Torak se dio la vuelta.
— ¿Qué, Pa?
— Acuérdate. Cuando
estés cazando, mira detrás de ti. Siempre… te lo digo. — Se esforzó en sonreír— .
Tú siempre te…olvidas. Mira detrás de ti, ¿deacuerdo?
Torak asintió con la cabeza e intentó devolverle la
sonrisa.Entonces se alejó hacia el arroyo dando traspiés por entre los
húmedos helechos.Cada vez había más luz, y el olor del aire era fresco y dulce.
Junto a él los árboles sangraban: de los tajos que les había infligido el
oso manaba la sangre dorada de los pinos, al tiempo que algunos espíritus de los
árboles gemían muy suavemente en la brisa del amanecer. Torak llegó al riachuelo,
donde la niebla flotaba sobre los helechos, Sauces. Alisos. Abetos. Ni rastro del oso. Un cuervo se posó en una
rama cercana y Torak dio un brinco. El pájaro plegó las tiesas alas negras, le dirijio una mirada con un ojo redondo y brillante como una gota de agua. Luego ladeóla cabeza,
emitió un único graznido levantó el vuelo. Torak miró fijamente en la dirección
que parecía que el ave había indicado.Oscuros tejos. Abetos rojos de los que
goteaba agua. Densos.Impenetrables. Pero un poco más allá, a no más de diez
pasos de donde él estaba, las ramas se agitaron. Había algo ahí.Algo
gigantesco.Torak trató de impedir que sus horrorizados pensamientos se
le escaparan, pero la mente se le habíaquedado en blanco.
«El problema con un
oso—decía siempre su padre— es que es capaz de moverse tan silenciosamente como el
aliento.Podría estar mirándote a diez pasos de distancia, y tú ni siquiera te
darías cuenta. No hay defensa posible
contra un oso. No puedes correr más rápido que él, ni trepar más alto,
ni luchar tú solo contra él. Lo único que puedes hacer es aprender sus costumbres
y procurar convencerlo de que no eres ni una amenaza ni una presa.»
Torak se
esforzó por permanecer inmóvil.
«No
corras — se dijo— . No corras. A lo mejor no sabe que estás aquí.»
Se oyó un
siseo. De nuevo las ramas se agitaron.A continuación oyó unos
susurros furtivos cuando la criaturase dirigió hacia el
refugio, hacia su padre. Esperó en absoluto silencio hasta que hubo desaparecido.
«¡Cobarde!
— dijo una voz esu cabeza— . ¡Dejas que se vaya sin intentar siquiera salvar a
Pa!»
«Pero¿qué podías hacer? — le dijo la pequeña parte de la mente
todavía era capaz de pensar como era debido— .Pa sabía que esto iba a ocurrir. Por
eso te ha enviado a buscar agua.Sabía que iría por él…»
— ¡Torak! — le llegó el
grito desesperado de su padre— . ¡Corre!
Los cuervos graznaban entre los árboles. Un rugido sacudió el
Bosque y se prolongó más y más hasta que Torak sintió la cabeza a punto
deestallar.
— ¡Pa! — gritó.
— ¡Corre!
De nuevo se estremeció el Bosque. De nuevo
le llegó el grito de su padre. Entonces, de pronto, el grito se interrumpió.
Torak se llevó un puño a la boca.A través de los árboles vislumbró una gran
sombra oscura y los restos del refugio.Torak se dio la vuelta y echó a correr.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)